¿Y si hoy te atreves a comenzar?

El día de hoy me prometí arreglar la sección de “papelería” de la casa. Más que un espacio es mi escritorio, el cual siempre termina lleno de papeles y de cosas por acomodar. En él aterriza todo lo que no encuentran un lugar en la casa. Estudios de laboratorio, plumas, tickets de compra, medicamentos, libros y objetos en general que nadie sabe dónde colocar. Llevaba meses intentando llegar a mi escritorio y ordenar todas estas cosas. Eran tantas, que en lugar de estar trabajando en el espacio al que llamo “mi oficina”- sí ese espacio que se encuentra en mi habitación pero que mentalmente intento separar para diferenciarlo de mi cama- sí, ese espacio “especial”, mío, que se encontraba tan lleno de cosas que me obligaba a mí misma a bajar las escaleras para ir trabajar a la barra, al comedor… Te obligas a creer que “haces tanto durante el día” que no tienes tiempo más que para seguir acumulando artículos allí. Total, te dices a ti misma que es mejor tener un lugar al que le llamas el “lugar de las cosas por ordenar” que un desastre por toda la casa. 

El problema es que estaba dejando que, en mi escritorio, los demás dejaran su basura.  Todas esas cosas que sirven para algo, o servirán para algo, pero que hoy en día no sirven para nadie ni para nada pero que acaban ahí -en ese lugar <<tuyo>>… Sí. Tu espacio convertido en un lugar para la basura de los demás.

Observar esto mientras me levantaba de la cama todos los días me molestaba. Hacía una rabieta, me quejaba interiormente “¿por qué todo lo que no nadie quiere acaba en mi lugar?” Sin embargo, yo era quien permitía que ese espacio siguiera siendo el de <<las cosas que nadie quiere tener>>, cosas que ni mi equipo de trabajo, ni mi esposo o mis hijos- saben qué hacer con ellas. Esto me hizo pensar, ¿por qué los demás asumen que “mi espacio” es un lugar para abandonar lo que ya no quieren? ¿por qué esperan que yo sea la persona que le encuentre una “utilidad” a todo eso? Pero de fondo el problema es que yo soy quien ha dejado que los demás piensen que mi espacio personal es un lugar para poner la basura de los demás. ¿Qué he hecho? ¿Cómo lo he permitido? ¿Cómo es que lo he fomentado?

Seguramente estás pensando que en el momento que pensé todo esto, dejé todo lo que estaba haciendo para remediar este terrible malentendido. Pero no fue así. Llevaba semanas observando cómo se acumulaban las cosas en mi espacio, sin arreglarlo; excusándome con el pretexto de tener tantas otras cosas que hacer… ya sabes,  la casa, los niños y sus tareas, mi trabajo que requiere atención a los detalles… Todas excusas que enmascaran la verdad detrás de los papeles, los recibos, los dibujos, las vitaminas que no me he tomado y siguen en sus recipientes, las listas de todo lo que hay que hacer y que están a medio completar… Esa verdad es que mis acciones hasta el momento han demostrado que yo soy lo menos importante; que mis planes, mis metas ya sean emocionales, físicas, profesionales o espirituales, son menos importantes que todo lo que me rodea y que todos los que me rodean. Me he creído que ser buena es hacer -primero-  lo que otros esperan de mí; tanto que los demás se dan el lujo de dejar en mi lugar todas las cosas que no quieren para que yo las atienda. Mientras mis proyectos, mis sueños, mis planes siguen también acumulándose… pero en la lista de cosas por hacer que está a un lado de todas estas cosas, en un lugar de poco protagonismo y sin estar palomeada por completo.

Entonces hoy, sí hoy, me decidí poner punto final a este problema. Me levanté de la cama por la mañana, miré ese lugar y comencé a ordenar. Traje un bote de basura, lo coloqué a lado del escritorio y comencé a tirar y tirar. De un momento a otro, mi espacio quedó limpio. Pensé que así son a veces otros aspectos de nuestra vida. Nos vamos llenado de cosas que nosotros no queremos ni deseamos, pero a las que nos vamos acostumbrando, mientras dejamos a un lado lo que de verdad deseamos. 

Tuve que salir a trabajar. Sin embargo, antes de irme de casa, miré mi espacio, arreglado, iluminado, bello. Dejé una lista de nuevos propósitos a medio escribir. Pasé toda la tarde -entre actividades- completándola. Sé perfectamente lo que quiero hacer, ese no es el problema. El asunto es que no soy capaz de llevar adelante esas metas como prioridad elemental -priorizo las cosas de los demás-, y mi lista de actividades tiende a mantenerse pendiente por más tiempo. Hoy decidí que no más. 

Ahora es de noche; de madrugada. Estoy en mi escritorio, contemplando lo bonito que se ve todo arreglado. Me comprometí con mí misma a escribir estos pensamientos para no dejar que pasen. A no permitir más que yo misma sea quien deje creer a los otros a mi alrededor que lo mío es de segundo lugar. ¿Qué tal si de hoy en adelante vives así tu vida? ¿Sí dejas de esperar a que lo tuyo suceda y lo vuelves una prioridad? Es momento de quitarnos la culpa que tenemos por querer hacer lo que soñamos.  Es momento de dejar de esperar que otros comprendan que nuestro lugar tiene que ser respetado. Nosotras tenemos que enseñar a los demás a respetar nuestro lugar, nuestros sueños y nuestros proyectos. Esto es sin duda una tarea para cada día. ¿Y si hoy comienzas?

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