Mientras escribo esto no dejo de pensar en las miles de veces que he querido rendirme. Tantas ocasiones en las que mi cuerpo no quiere responder y lo único que puedo hacer es quedarme en cama. Son tantas las veces en las que me he puesto a llorar en la regadera, a escondidas de mis hijos, de mi esposo, de mi familia y amigos para que no se den cuenta de que no puedo más. La última vez fue hace un par de semanas.
Había planeado el fin de semana para echar mano de los últimos detalles de mi proyecto de investigación de la tesis, ya me había organizado con mi esposo para que él cuidara de los niños y yo pudiera encerrarme dos días completos para acabar finalmente con este documento. Todo el plan iba de maravilla, hasta que caí en cama con fiebre. Durante todo el fin de semana estuve en cama con 40 grados de temperatura, tomando un antibiótico muy fuerte y como bien ya sabes, cuando tienes Lupus y te da temperatura, es una locura, hay que tener mucho cuidado. Lo peor, es que había reservado el fin de semana para esto, ya que de lunes a viernes de la siguiente semana tenía un evento en el que estaría ocupada en el trabajo con mucha intensidad, además tenía que asistir a todos los festivales de mis hijos… TODOS en una sola semana. Osea, que no tendría ni un solo minuto para ponerme a escribir y tenía que mandar a España mi documento antes del viernes -que era la fecha límite- pero como ellos están 7 horas adelante, había que enviarlo desde del jueves.
El domingo en la noche, en una de las tantas veces en la que me metí a bañar con agua fría para que se me bajara la fiebre, me puse a llorar como una niña. Sí, abrí la regadera y me introduje en el agua bien fría mientras lloraba. Ya eran las diez de la noche del domingo y no había podido dedicar ni siquiera un minuto a escribir. Además, tenía que levantarme al día siguiente a atender el evento que yo misma había organizado en mi trabajo en el que vendría un conferencista extranjero al que había que atender y más de 50 asistentes. Lloré amiga. No lo podía creer. Tenía semanas preparando estos días y mi cuerpo simplemente colapsó y ardió en fiebre.
Me senté en el piso de la regadera a que me cayera el agua mientras sollozaba sola en mi baño. Mi esposo entró a ver cómo estaba… y me encontró totalmente rendida en el piso. Amiga, ¿cuántas veces no te ha pasado esto? Planeas, organizas, emprendes… y llegado el momento tu cuerpo no puede dar más.
Le pedí a Dios que por favor me ayudara a salir adelante. Ese evento era algo por lo que había trabajado mucho y no podía creer que tendría que soltarlo. Tampoco podía creer que no había podido dedicar ni unos minutos a finalizar mi documento de investigación.
El evento iba a salir, en el trabajo tengo un equipo maravilloso y un jefe muy comprensivo, pero no podía creer que justamente en el culmen de tanto esfuerzo, estuviera pasando esto.
Me acosté en la cama llorando pero esperando que Dios interviniera y que bajara la fiebre. Desperté el lunes al medio día sin temperatura. Sintiéndome fatal, pero feliz de no tenerme que volver a bañar con agua fría. Amiga te prometo que quería rendirme en la cama y seguir durmiendo, estaba agostada. Me tomé un par de minutos más para animarme a levantarme y agradecerle a Dios de que estaba mucho mejor y luego con todo el dolor de mi corazón ¡arriba! Uff, ese salto fuera de la cama se sintió como un pequeño Monte Everest. Y como tú lo sabes muy bien, así fue; el Lupus nos exige sacar fuerza extraordinaria para hacer las cosas más normales de la vida, como levantarse de la cama.
Qué quiero decirte con todo esto: que no podemos rendirnos, que vale la pena levantarse y superar cada montaña. Para no hacerte la historia más larga, esa semana todo salió bien. Tuve que ausentarme en un par de reuniones del colegio de mis hijos, pero pude asisitir a todos los festivales y sacar el trabajo adelante.
De forma milagrosa- porque así lo veo claramente- pude enviar mis materiales del doctorado. Aún no se como fue todo esto posible más que por la gracia divina amiga. Tenemos la gracia solo tenemos que poner de nuestra parte. Sigamos adelante un día a la vez.