Te sientes mal, tienes tanto en la cabeza, en el corazón; es muy complicado. Pareciera que nadie te entiende. Te mantienes en pie porque debes seguir adelante, pero a momentos quieres hincarte en el suelo, abrazar tu cuerpo y llorar sin parar. Sientes tanta impotencia, incomprensión. Te cuestionas hasta de ti misma; no sabes cómo es que sobrevivirás este momento en el que la lluvia es tan fuerte que no te deja mirar al cielo.
La frustración de esta enfermedad casi siempre invisible, llena tu mente y tus manos. Quieres volar, bañarte de sol, dejar la quimioterapia, la prednisona…
Finalmente te dejas caer: lloras. Dejas el alma en el llanto. Te levantas y sigues; pasan los días.
Rezas por la paz del corazón y del alma; más que para que el dolor se vaya. Quieres hacer las paces con el lobo que llevas dentro; que te deje dormir, respirar, caminar: vivir.
Siguen pasando los días…
Una mañana te sientes como si hubieras vuelto a tu cuerpo. Te miras al espejo, ves los golpes, las heridas, todo lo perdido.
Ganaste la batalla.