Los grandes retos traen pequeñas y constantes batallas, con montañas a escalar y obstáculos a sortear.
Dentro del conjunto de un problema caben las pequeñeces en las que nos enfrascamos para a veces justificar nuestra falta de pantalones para sobrepasar las tentaciones.
Es más, son esas cosillas las que más nos cuestan. En mi caso y en medio de todo lo que comprendo y sé que tengo que hacer y dejar de hacer para estar más saludable por mi esposo y mis hijos, para estar con ellos muchos años… a veces me dejo vencer por los gustos personales.
Hay uno en particular que me cuesta dejar aunque es una tontería comparado con lo que gano cuidando mi salud: dejar la pasta, parte del protocolo auto inmune.
Y es que… es lo primero que aprendí a cocinar! Es el detonador de mi hobbie y gusto por las artes culinarias. Es un alimento que me recuerda maravillosos momentos con los amigos en la bella Italia (donde viví una temporada y aprendí bastante del buen vivir- porque los italianos saben vivir, comer y beber bien-). La pasta la he servido cientos de veces a mis seres más queridos y me encanta.
Todos tenemos algo en nuestras vidas que nos encanta y debemos dejar por algo mejor. Hoy es la pasta, mañana una compañía, un mal hábito, un objeto, un mal sentimiento. En fin, dejar lo que nosparece en algún momento agradable para obtener lo mejor es un reto de todos los días.
¡Cuánto no tienes que dejar cada día! para ser un buen esposo, una buena esposa, papá o mamá, hijo, estudiante, profesional. ¡Cuánto para dar buen ejemplo, para formar y educar, para construir!
Bueno pues yo dejaré mi pasta que mucho me cuesta por mis hijos. Porque es una cosita en la que puedo mostrarles -si persevero, si gano y si rectifico- que los amo y quiero estar con ellos. Parafraseando a mi santo favorito «es la tragedia» de la pasta: algo pequeño pero a la vez grande.
Espero vencerme en esta y otras luchas ridículas aparentemente, las cuales conforman el camino para llegar a la meta.